miércoles, agosto 16, 2006

resplandor lispectoreano

Solamente se siente en los oídos el propio corazón. Cuando este se presenta todo desnudo, ni es comunicación, ni es sumisión. Pues nosotros no fuimos hechos más que para el pegueño silencio.
Si no hay valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad delante del silencio, solo los pies mojados por la espuma de algo que se explaya dentro de nosotros. Que se espere. Uno insoluble por el otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio sino el auxilio bendito del tercer elemento, la luz de la aurora.Después nunca se olvida. Inútil, incluso huír a otra ciudad. Pues cuando menos se espera se lo puede reconocer -de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces en el propio corazón de la palabra. Los sonidos se ensombrecen, la mirada desvaría -y helo. Esta vez, él es fantasma.

Clarice Lispector